El otro día al salir de trabajar me dispuse a sacar dinero del cajero automático.
Las calles estaban llenas, a cada esquina un paso de Cristo o de la Virgen, olor a incienso, a azahar…el murmullo de los viandantes.
Me costó atravesar la calle por la multitud de personas que se agolpaban en las aceras.
Después de muchas dificultades al fin llegué a mi banco, pero mi sorpresa fue que el recinto interior estaba lleno de indigentes, tanto hombres como mujeres.
Intenté entrar, pero entre el miedo y el olor que había decidí quedarme en el de fuera.
Lo mismo que hice yo hicieron muchos por lo que había una pequeña cola esperando poder sacar dinero.
Mientras esperaba, se me acercó uno de los indigentes y me dijo:
_ Rubia, te paso algo?
Yo me retiré un poco porque tanto se arrimó a mí que la verdad es que sentí un poco de miedo.
Pero el hombre seguía insistiendo:
_ Rubia, a ti te pasa algo…tus ojos me lo están diciendo…tienes una mirada triste.
Volví a retirarme y miré a los que estaban a mí alrededor con cara inquietante.
Pero el pobre hombre insistía:
_ Sé que algo te pasa, rubia… a mí me lo puedes contar. La vida me ha enseñado muchas cosas y puedes desahogarte conmigo. No te haré ningún daño.
_ No, no…todo anda bien_ decía yo para que me dejara tranquila.
Me tocó la hora de consultar el cajero, pero estaba tan nerviosa que no pude hacer lo que quería.
Sólo deseaba salir corriendo, pero no porque tuviera miedo, sino porque me di cuenta de que mi cara es el espejo del alma y me abrumaba la idea de que hasta ese hombre se había dado cuenta de que mis ojos ya no brillan.
P.D.-Para colmo de males, el cajero se chupó mi tarjeta con la consiguiente frase: consulte con su banco, tarjeta retenida.
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