Se acercaba la hora de tomar el tren.
Apenas sin poder desayunar, cogió un taxi y se dirigió a la estación.
Una vez allí, recorrió todos los andenes buscando cuál era el suyo y cuando lo tuvo localizado, salió para fumarse un cigarrillo.
Temía llegar a Sevilla y no encontrarlo, porque uno de sus mayores temores era ese.
El día estaba soleado, hacía mucho calor y todo presagiaba que iba a ser un día maravilloso.
Se subió al tren y cuando estaba sentada pudo observar a cada uno de los viajeros.
Mirándolos detenidamente se preguntaba cual sería el motivo del viaje de cada uno, simple curiosidad o quizás para distraer su mente y no pensar en nada más.
A mitad de camino apareció el revisor pidiendo los billetes, de nuevo comenzó a sentirse nerviosa porque no encontraba el suyo, tanto lo había escondido que no sabía dónde lo tenía metido, pero por fin y después de mucho buscar lo encontró.
Siempre mirando por la ventanilla y viendo pasar pueblos y más pueblos pensaba en cómo sería aquel nuevo y diferente encuentro.
Tenía ganas de llamarlo para decirle que iba de camino, pero se contuvo porque sería una impertinencia por su parte, él ya sabía que iba en ese tren y la hora en que tendría su entrada
De repente una voz confirmaba que habían llegado a Sevilla, a la estación de Santa Justa. Comenzó a mirar por la ventanilla, quería verlo ya, saberse tranquila de que estaba allí esperándola…pero no fue así.
Recogió todas sus cosas y se bajó del tren.
No sabía donde dirigirse y pensó que parecía una palurdilla con la bolsa acuesta y mirando para todos lados. Le recordó a una de esas películas antiguas de Lina Morgan y compañía cuando llegaban a alguna ciudad grande con esas bolsas de tela enrolladas con un lazo.
Vio una escalera mecánica y como todos iban hacia allá, pues ella también. Cuando subió miró por todas partes pero no lo veía.
Las piernas comenzaron a temblarle cuando de pronto recibió un mensaje suyo diciéndole que estaba en un bar de la estación desayunando.
Por más que intentaba agudizar la vista no lo veía hasta que lo tuvo frente a ella. Casi asustada de la impresión del momento, se le abrazó y comenzó a sentir una flojera tremenda por la tranquilidad que en ese instante recorría su cuerpo. Ya estaba con él, ya podía respirar tranquila.
Y efectivamente fue un día maravilloso, un día que nunca podría olvidar pues se sintió protegida, acunada , diferente y amada.
Un paseo por Sevilla
Amiga Princesa, una relato con ramalazos de angustia y un final feliz... Me ha gustado.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Luis...siiii fue un poco angustioso pero con final feliz.
ResponderEliminarUn abrazo
Los trenes. He pensado en eso que tú cuentas más de una vez. Mil diferentes motivos para viajar y, a veces, como en el caso de tu protagonista, con la inquietud de encontrar al término del viaje, aquello que nos impulsa a desplazarnos.
ResponderEliminarBonita historia de un día que resultó maravilloso.
Un abrazo.
Gracias de nuevo Pepe por entrar en este sencillito blog que de alguna manera sólo quiere expresar cosillas.
ResponderEliminarUn abrazo